miércoles, 11 de julio de 2018

Los Escudos Heráldicos de Puebla de Sanabria

Daniel Boyano Sotillo

Es de destacar las figuras de animales representativos de la zona, especialmente lobos y águilas, especies apicales, en los escudos o blasones que aparecen en las fachadas de algunas casas señoriales de Puebla de Sanabria. También aparecen estos animales en los soportes o tenantes de dichos escudos.
El uso del escudo, blasón o señal distintivo y hereditario de cada casa noble, más o menos cargado de figuras zoomorfas, podemos encontrarlo a partir del Siglo XI. Así, la heráldica tal como se la entiende en la actualidad, fue desconocida en la Antigüedad. Sin embargo, desde la Edad del Bronce existieron emblemas que identificaban a dioses, naciones e individuos.
A todo ello hay que destacar que en el interior de la Iglesia del Azogue de Puebla de Sanabria existen una serie de lápidas del Siglo XVIII donde también aparecen representados animales como el lobo, que representa a la familia de los Ossorio y su poder, o símbolos celtas astures zoelas similares a estelas celtas encontradas en Sanabria que datan de la Edad del Hierro principalmente.





martes, 10 de julio de 2018

domingo, 8 de julio de 2018

Control de la calidad del agua del río Tera 2018






Los cursos de agua de la cuenca del Tera en Sanabria son permanentes casi en su totalidad y la población local los considera regatos o rigueiros, y así aparecen en la toponimia local. De manera indirecta estos cursos de agua benefician a casi la totalidad de la población, aunque en especial a los que viven más cercanos a los ríos, lagos y lagunas. Hay que tener presente que la buena gestión en las cabeceras de los ríos, en este caso en Sanabria, beneficia a toda la población que vive aguas abajo de ella.

Las zonas más próximas a los ríos de la Cuenca del Tera forman el espacio proyegido  Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) Riberas del río Tera y afluentes que se extiende por los principales tributarios del río Tera, incluyendo los tramos y las riberas en mejor estado de conservación. Este LIC está constituido por 2 tramos diferenciados del río Tera, y la totalidad del curso del río Negro y sus afluentes; el Fontirín, el Sapo y la Ribera.

Por todo ello, consideramos que las aguas del río Tera deben tener un seguimiento de muestreos de calidad debido a las amenazas que le afectan en la actualidad. 

Campaña contra la basura en las montañas de Sanabria


sábado, 7 de julio de 2018

Elaboración de pan y paseo por San Ciprián de Hermisende


Quedaríamos por la mañana a las 9 para encender el fuego del horno. Una vez prendido el fuego, empezaríamos a preparar la masa. Esta actividad de amasado nos puede llevar en torno a los 45 minutos, 1 hora. Mientras amasamos se cantarán canciones de las panaderas, si alguien se anima y sabe alguna, ¡hacer pan cantando, es otro cantar!....o contando alguna anécdota sobre el pan, el cómo se hacía antes etc...
De aquí partiríamos a la ruta (la ruta del contrabando y del Tuela y su transcurso, la vegetación, las rocas, etc. A Fraga das Ferraduras, o Castelo de Rechouso...según las condiciones meteorológicas.
Parón para comer algo y volver. Terminar de hacer el pan, meterlo en el horno y esperar a que se haga. Asar con las brasas que se barrerán algo más para meterle al pan y comérnoslo allí...o bien quien no quiera quedarse, que se lo puedan llevar. Las personas pueden traer algo para hacer en común.

Investigación de los servicios ecosistémicos de la montaña europea. Caso del Mont Blanc, Los Alpes.





Las personas que se benefician de forma directa de los Servicios Ecosistémicos que ofrece este ecosistema montañoso son, tanto las situadas en el entorno del Mont Blanc, como las que se encuentran a escala regional, nacional e incluso continental.  Entre todos los Servicios Ecosistémicos destaca el aprovisionamiento de agua dulce de calidad para abastecer a la población y a sus actividades económicas, agricultura o ganadería principalmente. 
No hay que obviar que los Servicios Ecosistémicos se deben entender como una herramienta más de conservación, en este caso desde una óptica antropocéntrica. A pesar de ello hay que tener en cuenta que en la naturaleza nos encontramos con ecosistemas que son irremplazables, por lo tanto no pueden ser valorados con un enfoque monetario cuantitativo al ser insustituibles.
Es importante recordar que la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1998, proclamó el 2002 como el Año Internacional de las Montañas, lo que inició una carrera en el estudio de servicios ecosistémicos en áreas de montaña. Durante ese año, se celebraron en todo el mundo multitud de actividades en donde se reconocía la diversidad de valores presentes en las montañas, sus servicios ecosistémicos y la importancia del desarrollo sostenible de las zonas de montaña. Además, en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de Johannesburgo, 2002, se estableció la Alianza Internacional para el Desarrollo Sostenible en las Regiones de Montaña, con el apoyo fundamental de los gobiernos de Italia y Suiza, el PNUMA, y la FAO, el organismo principal de las Naciones Unidas encargado de liderar las acciones correspondientes a las cuestiones relativas a las regiones de montaña. Esta Alianza, actualmente conocida como Alianza para las Montañas, es una alianza de «Tipo II», es decir, una alianza voluntaria transnacional que agrupa a las partes interesadas en las regiones de montaña (gobiernos, organismos intergubernamentales, organizaciones de la sociedad civil y del sector privado) que han asumido el compromiso de colaborar con el objetivo común de lograr el desarrollo sostenible de estas regiones. A día de hoy la Asociación para el estudio de la montaña CRYOSANABRIA pertenece a dicha alianza.

Certamen "Fotografía de montaña con toponimia en senabrés"

Destinado a personas de Sanabria y alrededores o que la visitan y desean estimular la creatividad en la comarca y dar a conocer el patrimonio natural y cultural, especialmente lingüístico, de Sanabria.



*Fotos ejemplo

Bases  de participación

1‐ Podrá participar  cualquier persona, libre y gratuitamente.

2‐Cada  concursante  podrá  presentar  un máximo de diez fotografías.

3‐Se admitirán fotografías originales y tomadas a partir de medios digitales que tengan como tema protagonista a Sanabria y su toponimia.

4‐Las fotografías,en formato jpg con una resolución mínima de 300ppp y de un máximo de 6MB, se entregarán entre los días 15 de marzo y 20 de junio de 2019, por correo electrónico a la dirección danielboyanosotillo@gmail.com. A cada fotografía se responderá explicando que tu foto ha sido incluida en el certamen, en caso de que no tengas respuesta vuelve a enviarla de nuevo.  A cada fotografía se le asignará un número para preservar la identidad del autor ante el jurado.

5‐ Cada fotografía irá acompañada de:
1)título de la fotografía,
2)toponimia en senabrés de al menos cinco lugares que aparezcan en la fotografía,
3)nombre del autor.
Estos datos deberán ir incluidos dentro de la imagen. *Ver ejemplo.


6‐No se podrán añadir o eliminar elementos que alteren la composición original de la fotografía (no se aceptan fotomontajes), pero se admiten los ajustes habituales de edición (exposición, balance de blancos, luces altas, sombras, etc.). Asimismo, los topónimos tienen que estar recogidos oralmente entre la población de la comarca sanabresa y no se van aceptar variantes artificiales o administrativas.

7‐Se excluirá  cualquier fotografía que no cumpla los requisitos anteriores.


El Jurado y los Premios


8‐ Presidido y formado por el Comité Técnico de Cryosanabria.


9‐ El jurado,valorando tanto la calidad técnica y artística de las fotografías como su singularidad, originalidad de los topónimos y espectacularidad. Las fotografías elegidas serán maquetadas y publicadas en el libro "La toponimia de las montañas de Senabria".

10‐ Habrá un primer premio y un segundo premio

12‐El fallo del jurado será inapelable.

13‐El fallo y la fecha de entrega de premios se realizará en octubre de 2019.


Disposición Final


14‐De conformidad con  lo previsto en la Ley de Propiedad Intelectual,los participantes premiados,sin perjuicio de los derechos morales que les corresponden,ceden expresamente a la Asociación Cryosanabria,de forma gratuita y con la facultad de cesión a terceros, los derechos patrimoniales de  las fotografías presentadas en el concurso. Esta cesión será de la máxima duración de los derechoslegalmente establecida.

viernes, 6 de julio de 2018

Relación del clima y la historia de Sanabria

Daniel Boyano Sotillo,
Puebla de Sanabria, 9 de julio de 2018


Al igual que en otras partes del mundo, es posible observar en Sanabria la manera en que
el clima ha determinado ciertos momentos de la historia reciente, influyendo de forma directa sobre la acción humana en relación con el medio. Este texto pretende ser una aproximación a algunos de ellos, los más destacados, y está sujeto a posibles ampliaciones. 


Antes de comenzar, es necesario destacar que desde hace aproximadamente dos siglos, con la Revolución Industrial, el ser humano ya no sólo resulta influenciado por el clima, sino que ha empezado a modificarlo. Muestra de ello es el Calentamiento Global y, por tanto, el Cambio Climático acelerado que sufrimos en nuestros días debido a las actividades humanas. Uso el adjetivo acelerado porque el clima de la Tierra es cambiante pero siempre ha mantenido ritmos a los que la mayoría de los seres vivos se ha podido adaptar. Eso no ocurre en la actualidad y, en consecuencia, desaparecen gran cantidad de especies, lo que ha dado pie a que ciertos autores hablen de una Sexta Extinción. Todo ello en un contacto en el que se empieza a manejar aspectos legales como los propios derechos de la naturaleza, y que algunos países ya los tienen incorporados a sus constituciones.



Volviendo al tema que nos ocupa, empezaremos hablando de los primeros pobladores y pobladoras de la comarca de Sanabria, de los que se piensa que se instalaron a finales de la última pulsación glaciar del Würm, hace aproximadamente 10.000 años, tal y como atestiguan registros polínicos con actividad agrícola. En ese momento comenzaba a formarse el Lago de Sanabria y todavía existían glaciares de valle y de circo en el entorno de las montañas más elevadas como el Moncalvo, Peña Trevinca, Faeda o el Vizcodillo. El gran casquete glaciar situado en la sierra de Segundera empezaba a perder espesor y se comenzaban a formar los más de 20 complejos lagunares que hoy en día existen.
Sabemos de la existencia de seres humanos en esta época por la presencia de pinturas rupestres en abrigos de la sierra y la elaboración de cazoletas o furaquines sobre la roca en siglos posteriores. Y es que a partir del 8000 a.C., en el llamado período Atlántico, comenzó a aumentar la humedad y temperatura considerablemente, lo que permitió la configuración hidrográfica actual de la comarca, una vez se retiraron los glaciares, y, por otro lado, la extensión de los carballos o robledales (género Quercus).



La disponibilidad de agua líquida y la disminución del frío invernal, junto a veranos más largos, permitieron que fueran instalándose más personas en la comarca. También se extendió el Castaño, tal y como demuestran los estudios polínicos en los limos de lagunas sanabresas, por su aprovechamiento, primero por la población celta originaria, y luego por los romanos. Así la castaña, por su fácil conservación, especialmente en harina, sería un alimento fundamental en la comarca hasta el siglo XVIII.
Los análisis polínicos de las arcillas y depósitos orgánicos de dichas lagunas sanabresas muestran que hace aproximadamente 3000 años, en Sanabria existían  gramíneas y artemisia, junto a monte bajo (Erica, Calluna y Cistaceae). La vegetaciónarbórea estaba representada por  Quercus perennifolios (encinas), Quercus caducifolios (robles), Betula (abedul), Ilex (acebo), Taxus (tejos) y Fagus (hayas).
Posteriormente, textos clásicos griegos señalan cómo los glaciares alpinos mostraron una extensión máxima entre el 900 y 350 a.C., coincidiendo con una pulsación fría intraholocena en la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, para decrecer en el siglo III a.C., hecho que se daría en toda Europa, y por ende en Sanabria. En esta época, una vez pasado el neolítico, y ya con conocimientos agrícolas y ganaderos, que combinaban con la caza y la recolección de frutos y plantas silvestres, abundantes por las buenas condiciones climáticas, aparecen los pueblos originarios celtas, pertenecientes a la cultura castreña del noroeste ibérico. También se explotaron minas de bronce y hierro en alturas que antes se encontraban tapadas por el hielo glaciar.
En estos pueblos predominaba la moralidad por encima de la ganancia, como prueba la no existencia de elementos de prestigio. Es decir, eran sociedades igualitarias sin apenas diferencias en el estatus social de los individuos, excepto las vinculadas a jerarquías religiosas. A esto hay que añadirle que no tenemos indicios de comercio exterior, lo que nos hace pensar que eran comunidades autosuficientes que realizaban sus propias viviendas, sus cerámicas… incluso conseguían sus propios alimentos del campo, donde la mujer jugaba un papel fundamental en la recolección de frutos silvestres, que suponían más de la mitad de la alimentación de sus hogares. Asimismo el trabajo de la mujer dentro del núcleo familiar era reconocido socialmente, al contrario de lo que ocurre en nuestra sociedad capitalista, industrial y patriarcal. Otro elemento definitorio era su manera de manifestar su espiritualidad, muy conectados con la naturaleza, usando bosques como templos. Dichos bosques santuarios de robles o carballos, y de tejos o teixus se habían instalado en la comarca aprovechando este período templado y húmedo.
Es de destacar que existen restos de más de 40 castros habitados en Sanabria en la Edad de Bronce, y cada castro podía tener una población media de entre 100 y 200 personas. De ello se puede deducir que la población en la Edad de Bronce en Sanabria podía ser similar a la actual.



Desde el siglo III a.C. y durante el primer milenio de nuestra era, todos los datos apuntan a que el clima debió ser templado y húmedo, además de tener una menor irregularidad que en la actualidad. Esto, entro otras situaciones, propició la invasión del Impero Romano del Noroeste de la Península Ibérica, que tanto le había costado debido a la resistencia de los pobladores celtas originarios y a las duras condiciones climáticas anteriores, tan diferentes a las del clima mediterráneo de la ciudad de Roma y la mayor parte de su imperio en aquel tiempo.
Las primeras oleadas de invasiones de pueblos germánicos, en el siglo V d.C., esas que a la postre acabarían con el Imperio Romano de Occidente y traerían consigo el comienzo de la Edad Media, se atribuyen a un fugaz empeoramiento del clima europeo entre los siglos V y VI, relacionado con la erupción del Volcán de Ilopango, que con la expulsión de polvo y cenizas evitaba que entrara la radiación solar en la Tierra.
A finales del siglo VIII y hasta el siglo XII d.C., se sitúa el llamado Pequeño Óptimo Climático Medieval. El casquete polar ártico retrocedió hacia el norte permitiendo a los vikingos establecerse en Islandia y Groenlandia, incluso llegaron a América del Norte. Por su parte, durante alguna décadas de esta época, Sanabria, estuvo bajo influencia musulmana, pero no con un control total, y es muy probable que se cultivaran productos mediterráneos como las viñas o los olivos debido a dicha influencia y las altas temperaturas dentro del Pequeño Óptimo Climático Medieval.

Del mismo modo, la arquitectura medieval con angostas calles favorecía la circulación y corrientes de viento, además de dar continua sombra para refrescar el ambiente.
Desde mediados del siglo XIII el clima tornó a unas condiciones climáticas más rigurosas modificando la agricultura y de la vida social. En estas duras condiciones se desarrolló la Reconquista cristiana de los territorios musulmanes ibéricos. Así, en Sanabria, al igual que en el resto del Reino de León al que pertenecía, se fueron creando nuevos pueblos (muchos de ellos corresponden con los actuales) con colonos traídos de otros lugares. Estos pueblos tenían una serie de fueros o ventajas tributarias ya que el endurecimiento de los inviernos, junto a los veranos más cortos, hizo que las cosechas se redujeran y la ganadería no progresara, sufriendo la zona calamidades, hambrunas, enfermedades y desórdenes sociales. Debido a estas circunstancias y a la falta de medios de comunicación, la tierra adquirió una gran importancia y las relaciones de vasallaje se empezaron a extender, y con ellas el control de la tierra por parte de la nobleza y la realeza de forma jerárquica. De esta forma, para tener el Conde cierto control sobre su terreno, se construyó el Castillo de Puebla de Sanabria a finales del siglo XV con granodioritas de Quintana. Otro ejemplo de importancia de la tierra en unas condiciones de autosuficiencias y sin transporte de mercancías, fue el acuerdo del Penedo o Fraga dos Tres Reinos en las proximidades del pueblo sanabrés de Castromil. Los habitantes de esta zona se dedicaban al pastoreo y durante los meses de verano se secaban todos los manantiales excepto uno ubicado en territorio portugués, al que los pastores gallegos y leoneses (sanabreses) se veían obligados a llevar su ganado para darle de beber, lo que provocó disputas con los portugueses por el agua. Se cree que fue en el año 1253 cuando el rey Alfonso III de Portugal, de visita por estas tierras, convocó a los reyes de León (reino al que pertenecía Sanabria) y Galicia a una reunión para solucionar estos problemas. Acordaron crear un área de unos 1.000 m2 que sirviese como abrevadero común para los tres reinos. En conmemoración de este acuerdo, en las rocas del Penedo dos Tres Reinos esculpieron tres cruces griegas, mirando cada una para sus respectivos territorio. Dice la leyenda que celebraron una comida y pronunciaron la frase: “Bebemos de la misma fuente; comemos en la misma mesa (Fraga dos Tres Reinos), cada uno con la cara vuelta hacia su reino”.
Fue una época en la que la flora y la fauna se expandió en el contexto de una sociedad rural que no estaba acostumbrada a un recrudecimiento climático tan severo, existiendo testimonios, por ejemplo, de cómo los lobos y osos se acercaban continuamente a los pueblos. A pesar de ello es importante resaltar la unión que había en la comunidad, que funcionaba como una gran familia dentro del sistema organizativo asambleario de Concejo Abierto Histórico. Con esto podemos deducir que los reyes reinaban pero no gobernaban sus territorios.
Fue una época en la que la flora y la fauna se expandieron en el contexto de una sociedad rural no acostumbrada a ese recrudecimiento severo del clima. Los monjes del monasterio de San Martín de Castañeda introdujeron truchas en varias lagunas de la sierra, fracasando en algún caso por el escaso alimento que tenían las truchas debido a las bajas temperaturas del agua, heladas más de 9 meses en ocasiones.



La situación se agravó en la Pequeña Edad de Hielo (del siglo XVI al siglo XIX, donde incluso en Peña Trevinca y alrededores se intuye que aparecieron de nuevo pequeños glaciares de circo. La mayoría de autores hablan de descensos invernales de 2ºC, y de que veranos frescos y húmedos sucedían a primaveras nivosas, lo que favorecía la acumulación de nieve y hielo permanentes en nuestras montañas a altitudes muy inferiores a las actuales.
Asociado a las duras condiciones climáticas descritas en la Pequeña Edad de Hielo, el hambre y la peste mantenía a la población de Sanabria en condiciones demográficas de Antiguo Régimen, con altas tasas de natalidad, de mortalidad y mortalidad infantil), que se mantendrían hasta bien entrado el siglo XIX.
Las informaciones históricas del noroeste ibérico, junto con los datos aportados por la dendrología, confirman que las circulaciones meridianas norte-sur aumentaron su frecuencia, dándose inviernos muy fríos y veranos cortos. Durante la primavera y el otoño se daba la mayor pluviosidad, habitualmente en forma de nieve. Esta mayor innivación contribuyó a que a partir del siglo XVII se implantara la costumbre de conservar los alimentos y realizar bebidas y helados con la nieve de los heleros y neveros en las escasas semanas de verano. Esta costumbre perduró hasta el siglo XX en Sanabria y muchas personas todavía lo recuerdan hoy en día diciendo “eran famosos los helados de nata que se hacían con la nieve de los neveros de la sierra y se vendían en los bailes y fiestas”. En ocasiones se llegaban a construir en la sierra pozos para el almacenamiento de la nieve y hielo y que así durara más.
También hay que destacar que en esta época comenzaron a llegar alimentos adaptados a climas similares al de Sanabria, especialmente de América, como la patata, que sería pieza clave de la dieta sanabresa desde entonces, ya que anteriormente la castaña era el alimento principal.
Dentro de la Pequeña Edad de Hielo, y casi en su final, destaca el decenio 1810-1819 sobresaliendo el año 1816, conocido como año sin verano, por efecto de las cenizas volcánicas introducidas en la estratosfera por el Volcán Tambora, que provocó una reducción de la radiación solar. Es posible que en esos años se formaran pequeños aparatos glaciares en los circos que rodean Trevinca.
A partir de mediados del siglo XIX comienza un ciclo marcado por la recuperación de las temperaturas que dura hasta hoy y es lo que conocemos como Calentamiento Global, dentro de un marco más amplio de Cambio Climático. 
En este contexto de facilidades climáticas, las élites urbanas, muchas veces llevadas por pensamientos ilustrados desarrollistas, entraron en el mundo rural y natural de una forma poco respetuosa. En primer lugar por las desamortizaciones civiles que se realizaron usurpando las tierras comunales de las vecinas y vecinos de Sanabria, y en segundo lugar por implantar un pensamiento único y técnicas desarrollistas, como la silvicultura del pino, que acabó con actividades rurales tradicionales por quedarse sin tierras y que presentaban al mundo rural tradicional como atrasado, cuando en realidad había sabido convivir respetando su entorno natural. Asimismo, ésto trajo consigo un cambio de mentalidad (bajo mi punto de vista negativa) y el famoso éxodo rural que continua en la actualidad.
Ligado a una mejoría del tiempo, también a finales del siglo XIX comienza el turismo en Sanabria, aunque muy reducido y exclusivo para las élites que podían pagarse unas vacaciones en balnearios tan exclusivos como el de Aguas Chironas en Cobreros, el balneario de Calabor, o el famoso Bouzas a orillas del Lago de Sanabria.


En la década de los años 40 del siglo XX en la comarca se sucedieron varios años con veranos excesivamente frescos (es posible que exista relación con erupciones volcánicas importantes que no dejaban atravesar la luz solar en la atmósfera en su totalidad), lo que hizo que las cosechas, principalmente trigo y centeno, no prosperaran. Si a esto le unimos la situación de postguerra por la que atravesaba la comarca y el establecimiento de situaciones de desigualdad en el mundo rural fruto de la dictadura recién instaurada (décadas y siglos antes estos no había sido así debido a la igualdad que existía en la organización del Concejo Abierto y sus Montes Comunales en Sanabria), estos años se recordaran como los más duros, incluso existiendo casos de desnutrición y desequilibrios alimentarios graves.
El Cambio Climático está quebrantando cada vez más leyes de la naturaleza, ha dejado el Ártico sin hielo en verano, está llevando vida a la inhóspita Antártida, las plantas crecen a más altitud que en el pasado... Así, un estudio con varias especies de árboles de hoja caduca muestra que reverdecen cada vez antes, en particular los que crecen en las partes altas de las montañas….La brotación de las hojas se ha adelantado 1,9 días por década en las cotas más altas como en Sanabria.
El Cambio Climático también se observa en la inestabilidad climática y muestra de ello es la reducción temporal de las estaciones intermedias de primavera y otoño. Las castañas se recogen más tarde y tradiciones como "la rebusca" que se hacía en los santos, ya carece de sentido mantenerla en esa fecha. También están apareciendo nuevas plantas y animales que antes no se veían en la comarca y son más continuas y prolongadas las sequías estivales de verano.
Para finalizar también hay que mencionar que Sanabria se puede ver afectada por el Cambio Climático por temperaturas extremas y oscilaciones térmicas más variadas, incremento de incendios, aumento de periodos de aridez y sequía intercalados con otros de exceso de precipitaciones e inundaciones… todo ello puede afectar al turismo, principal actividad económica, y a la ganadería y agricultura.
Asimismo todos los estudios coinciden en que los efectos del Cambio Climático serán especialmente críticos sobre la fauna, flora, suelos y recursos hídricos y forestales de las montañas. Se prevén, por tanto, consecuencias importantes sobre la dinámica de los recursos hídricos, ya que habrá menos acumulación invernal de hielo y nieve y, por tanto, el caudal de los ríos en primavera se verá reducido y se verán alterados los mecanismos de recarga de los acuíferos. Por otro lado, las especies adaptadas a pisos altitudinales cimeros desaparecerán por pérdida de hábitat al cambiar las condiciones climáticas de este espacio y serán usadas por especies del piso altitudinal inferior.

R. D. LAWRENCE. EL NATURALISMO EN EL EXILIO

No es posible engañar a los ojos del lobo. Los lobos comprenden.
Pueden hacer añicos la farsa de la civilización.
R. D. Lawrence


R. D. Lawrence es probablemente el naturalista español más importante del que nunca habrás oído hablar, como suele decirse. Mi único argumento para esa afirmación es que cuando busco su nombre en Google y filtro los resultados por idiomas no aparece ninguna referencia en castellano. Su página de Wikipedia sólo se encuentra en inglés y, por alguna razón, en polaco. Ni siquiera lo mencionan en artículos académicos, aunque, dado su desprecio a la universidad como institución dedicada a alimentarse a sí misma, como farsa -recurriendo a la cita del inicio- para intelectuales circulares, puedo que no sea tan sorprendente. 



Existe un documental, grabado en 2011, sobre su vida y su legado, cuyo título es El secreto mejor guardado de Canadá. Si ya se hace grande un secreto que sólo tú conoces, piensa en uno que ni siquiera tú conoces. 
Dice la versión inglesa de la Wikipedia que Ronald Douglas Lawrence era canadiense. Sin embargo, la Wikipedia también dice que nació a bordo de un barco en el Golfo de Vizcaya, de madre española y padre inglés, el 12 de septiembre de 1921, y que pasó su infancia y su adolescencia en España. Dice que fue divulgador y defensor de la vida salvaje y que escribió más de treinta libros, la mayor parte de ellos sobre naturalismo, biología, ecología, viajes, paisajes, comportamientos animales. Comportamientos humanos en tanto que animales. El lugar del hombre en la corriente continua de la existencia. El lobo. Eso que ahora parece recién descubierto bajo la etiqueta inglesa de nature writing, la escritura de la naturaleza, y que se asume que en España no ha existido. Pero que tal vez sí pudo existir.
Como si quisiera asignarle fecha y escenario distintos a su nacimiento, el primer capítulo de su autobiografía, The Green Trees Beyond, nos sitúa en Barcelona, durante su adolescencia. Ronald está guiando a un grupo de soldados por el alcantarillado de la ciudad hacia el puerto, dispuestos a sorprender por la retaguardia a un destacamento enemigo que trataba de rodearles. La fecha era 1936 y el escenario que había por encima de las alcantarillas de Barcelona era la guerra civil. Tenía catorce años y se conocía todos los túneles de la ciudad. Pienso ahora en lo que hacía yo con catorce años. En fin. Cuando terminó la guerra, Lawrence emprendió un largo viaje del que no regresó y del que nunca quiso regresar. A dónde, a qué, iba a regresar. Así empieza a contarnos su vida.
R. D. Lawrence nació en el Cantábrico, vivió hasta los cuatro años en el Atlántico y se crió en el Mediterráneo. En 1926 su familia se mudó de Vigo a Arenys de Mar. De allí son sus primeros recuerdos felices. Del mar, de los peces que se dedicaba a observar en largas sesiones de buceo cada vez que lograba escaparse de casa sin vigilancia, de los bosques de pinos a su espalda, cubriendo los Pirineos. De Paco Molina, un cabrero poco mayor que él que le habló del anarquismo y que después le abriría las puertas de las milicias republicanas. De salir de casa y no regresar en todo el día, atento a los ritmos múltiples y a los movimientos de la naturaleza a su alrededor. Y también sus primeros recuerdos infelices, el día en que se mudaron a Barcelona. Tenía nueve años.
La ciudad no era el mar, ni sus turbulencias campaban a cielo abierto. Se dedicó a recorrer Barcelona de un lado a otro, por debajo de la tierra, contemplando con su mejor amigo la miseria y la vorágine que enfervorizaba las calles y permeaba las escuelas. Nada recordaría tanto de ella como esa claustrofobia primera. Uno de sus hermanos se hizo falangista, el otro torero. Ronald se hizo amigo del domador de leones de un circo que le dejó jugar con los felinos. Buceó con tiburones allí donde le habían prohibido nadar –por la existencia de tiburones– y estudió botánica con un profesor checoslovaco. El dieciocho de julio de 1936 se hallaba en un campamento y al regresar a Barcelona encontró su casa saqueada y un aviso para que se reuniera con su familia en el consulado británico, desde donde les granjearían la salida del país. Pero Ronald no fue al consulado británico. Vio a un hombre morir en el Paseo de Gracia y se unió al ejército republicano. 



Lo más sorprendente de su biografía, lo más logrado, es que al leerla no notamos el movimiento súbito de un volantazo, de un cambio de rumbo, los hitos artificiales con que creemos inaugurar etapas. Ya nada fue igual, solemos decir, pero lo cierto es que nunca nada es igual. Sin embargo, con la guerra civil dieron comienzo casi treinta años de embates homéricos de un lado al otro del mundo, impulsados, uno diría, por el deseo de pertenencia, de arraigo, negado. Vio a muchos hombres morir, amigos, enemigos, mató a otros más, se curtió y se endureció y se embruteció y no sintió más emoción real que la ira, avanzando siempre para no sucumbir al sufrimiento o a la locura o a la piedad, que es la forma más fácil de que te maten en una guerra. Ni siquiera la posibilidad de su propia muerte, nos dice, tuvo un verdadero efecto en su sistema emocional. Un viaje sin apenas importancia. He ahí la adrenalina de su historia: no nos fascina lo extraordinario de sus aventuras sino la intuición, tan literaria como natural, de que sus vagabundeos llegan a conformar la tela de una rutina, una escena en un tapiz mucho más grande. De que nada hay en la batalla, al fin y al cabo, de extraordinario. La guerra se volvió parte integral de su psique y las aguas de Arenys de Mar seguían brillando desde las primeras páginas. Nada extraordinario. 
Escapó de Barcelona al término de la guerra. En Francia un cónsul británico lo envió a Inglaterra, donde volvió a reunirse con sus padres. Fue repartidor de periódicos, de leche y de trajes limpios para una tintorería. Viajó de grumete a Nueva York a bordo del Queen Mary. Regresó a Londres en el momento en que estallaba la Segunda Guerra Mundial y el 14 de septiembre mintió sobre su edad para alistarse en el ejército británico. Acababa de cumplir dieciocho años. Entró en la artillería como jefe de un escuadrón que fue enviado a luchar a Dieppe, a Malta y a Egipto, donde combatió en la Campaña del Norte de África a cargo de un tanque que recorría las arenas vacías del desierto. Volvió a contemplar el Mediterráneo y sus puertos ahora protegidos. Dentro de ese tanque, vio morir a sus compañeros. Encontró a una muchacha sedienta y sola a la que ayudó a dar a luz. Lo hirieron en 1942 y lo enviaron a la península del Sinaí, donde se dedicó a pescar tiburones con granadas, que sacaban a flote a decenas de peces muertos con cada explosión. Al recuperarse participó en el desembarco de Normandía, donde volvió a resultar herido, esta vez de gravedad, y fue trasladado a Inglaterra para la recuperación. Allí empezó a estudiar por su cuenta los tres libros de biología con los que pudo hacerse. Sólo la vida hace la vida soportable.
Le dieron el alta, volvió a Londres, se matriculó en la universidad y empezó a ahorrar todo lo que ganaba barriendo el suelo en una fábrica de remaches, de camarero, en una fundición, de repartidor de carbón. También escribía artículos en periódicos locales. En 1948, después de tres años estudiando,  empezó a odiar Londres y la universidad. Acostumbrado a las relaciones de la guerra, no fue capaz de soportar la mediocridad de la paz, la falta de coraje, la irrelevancia de esos segundos en los que no te estaban apuntando con un arma. Tampoco el paisaje de granjas y pequeñas arboledas. Añoraba su infancia en Arenys de Mar y el Mediterráneo. 
Me sentía prisionero en una isla que llevaba siglos dominada por la civilización y que por ello no podía ofrecerme aquello que ansiaba: el mundo de la naturaleza.
Durante años sólo se había hecho una pregunta: ¿Qué es la vida? Es decir, ¿cómo funciona la vida? Una pregunta que le permitiera asumir que todo lo que había visto era real.
Su tesis de fin de carrera fue rechazada porque no estaba escrita en inglés académico, esto es, porque todo el mundo podía leerla. Dejó la universidad sin graduarse y se embarcó rumbo a Francia para intentar regresar a España. En Port Vendres encontró a uno de sus antiguos compañeros del ejército republicano. Se unió al maquis para una última escaramuza, aún sabiendo que el movimiento que intentaba acabar con el régimen de Franco desde los Pirineos no tenía ninguna posibilidad. Después de eso, entró en Barcelona, utilizando sólo el apellido de su padre. El de su madre, Rodríguez, era con el que se había registrado durante la guerra. Todos sus conocidos estaban muertos o exiliados o en alguno de los campos de concentración franquistas y el país que había dejado atrás en el 39 había desaparecido bajo un estado policial, dictatorial, corrupto, en el que la prensa callaba los desmanes del poder. Conoció a la que sería su primera esposa, Shirley, una chica británica con la que regresó a Inglaterra, otro país desaparecido bajo un montón de ruinas. Nació su primer hijo, Simon. Pero a Lawrence le resultaba físicamente imposible vivir en Inglaterra. Le dijo a su mujer que se iba a Canadá y que haría que ella y el niño le acompañaran cuando encontrar un lugar en que vivir. Tras cinco días de viaje, viendo la costa arbolada de Terranova, arrojó al mar su sombrero y su paraguas perfectamente londinenses y los vio hundirse.
Hoy sé que el paraguas y el bombín se habían convertido en los símbolos de una vida que no me ofrecía apenas estímulos por los que vivir […] Seguía, sin embargo, confuso, sintiendo que el nuevo continente me daba la bienvenida y, al mismo tiempo, pensando que el viejo aún me arrastraba a la existencia rutinaria, frustrante, vacía, que había llevado desde el día en que me dieron el alta en 1945.
Durante varios meses vendió coches en Toronto. Finalmente se hizo con uno y viajó al norte, hacia Ontario, entre el hielo y la nieve y los bosques, y decidió quedarse allí. Obtuvo una licencia del gobierno para ser leñador. Su mujer y su hijo se mudaron con él y tuvieron otra hija y poco después la mujer y los dos niños regresaron a Inglaterra, incapaces de acostumbrarse a ese clima y a esa soledad. Ronald empezó a escribir para varios periódicos regionales y, salvo por los tres o cuatro años que trabajó de corresponsal en África Central a finales de los sesenta –a uno no se le agota el ímpetu aventurero de la noche a la mañana–, ya no saldría de Canadá.
El secreto de Ronald Lawrence empezó a perderse en los bosques en que contempló por primera vez los ojos de un lobo. En los ojos de un lobo uno puede ver cualquier cosa, conocerse y desconocerse, y tomar perspectiva. Saberse parte de algo más grande, pues son, al fin y al cabo, los ojos de un misterio. Uno puede incluso descubrir que quiere dedicar el resto de su vida a estudiarlos y protegerlos.
Pasó los siguientes catorce meses en una cabaña en mitad del bosque, con la única compañía de su perro Yukon. Finalmente compró un amplio terreno boscoso y lo convirtió en su hogar y en el santuario para animales salvajes en el que trabajaría, con su última esposa, Joan, hasta su muerte en 2003. Ese proyecto terminaría siendo el germen de la Reserva Haliburton de Ontario. Fueron más de treinta años –¿importa la simetría?– dedicados a leer y a estudiar la fauna y la flora local y a  escribir artículos y libros en los que relata sus encuentros con los ritmos, los comportamientos, los procesos del territorio que habitaba. Volvía a formular la misma pregunta, ¿qué es la vida?, pero había entendido ahora que la pregunta había que hacérsela a los bosques, a los ríos y a las montañas.
Ahora, constantemente rodeado de naturaleza, escuchando a los pájaros que cantan todo el día, los informes de tráfico que emiten por la radio no me incumben. Aquí no hay multitudes, no hay sensación de violencia. Vuelvo a vivir en mis dominios infantiles de la Costa Brava catalana, salvo que en vez del Mediterráneo tengo el Arroyo del Oso, que corre por una esquina de nuestra finca, y el estanque que acabamos de terminar. Y en lugar de los Pirineos, tengo el Escudo Canadiense, rocas de granito negras que me invitan al estudio cada vez que salgo del valle y empiezo a trepar hacia esas cumbres que llevan ahí quinientos millones de años.
La primera vez que leí acerca de R. D. Lawrence no pude sino lamentar la guerra evangélica y la dictadura mística que había privado a este país de alguien que, sencillamente, se dedicara a amar y preservar su lugar en el mundo, el único mundo en que hemos conocido la vida, en vez de a destruirlo. ¿Era orfandad lo que sentía o mero chovinismo? Ya hay demasiada gente pidiendo que a toda idea se le ponga la Marca Nacional, no siendo que en los mercados no nos vendamos lo suficiente. No quisiera dedicarme a repatriar pensamientos. Sin embargo, pienso ahora en las montañas Sanabria, por ejemplo, y en si no habrán faltado voces que salieran en defensa de su fauna, del lobo, por ejemplo, durante los años en que se diezmó su población. Voces que hablaran desde las propias montañas y que amaran esas montañas. 
Me pregunto si no habríamos necesitado –nosotros, seamos quienes seamos y lo que seamos– que lucharan en nuestro bando aquellos que comprendían que todo lo salvaje tiene derecho a existir; que vivir en un mundo domesticado es perjudicial para la salud, por no decir para el alma. Aquellos a los que les emociona más el árbol que el asfalto, la mirada del lobo que el propio ombligo. El mundo siempre ha estado escaso de ellos, pues tiene la tendencia a guiarles hacia un retiro silencioso, a fortificar su secreto. Y, así, desaparecen.
La naturaleza puede ser la salvación de la humanidad si aprendemos a entender su funcionamiento y a respetar toda vida. He aprendido más de mí mismo y de los hombres al estudiar el funcionamiento del mundo natural de lo que aprendí estudiándome a mí mismo. Sólo tenemos un mundo y parece que nos empeñamos en destruirlo. El hombre, me parece, siempre ha poseído un impulso de muerte, al menos desde que adquirió su fina fachada de civilización, signifique esa palabra lo que signifique en este momento. 



David Muñoz Mateos
Puebla de Sanabria, 14 de agosto, 2018