Diversos autores coinciden al señalar que la formación de la lengua del glaciar (unión de las lenguas de los valles del Tera, Segundeira y Cárdena) que originó el Lago de Sanabria fue posible por la gran acumulación de neviza –que descendía por los valles en forma de lenguas de hielo– en el altiplano serrano o meseta elevada, de la Sierra Segundera, que consiste en una meseta o penillanura (Llopis, N., 1957) ondulada a altitudes en torno a los 1.700-1.800 m, comparable a un fjeld noruego, en el que se ha encajado el valle del río Tera (Stickel, 1929). Iguales condiciones de acumulación sucedieron en hitos elevados como los horns de Peña Trevinca y Moncalvo, que cierran los principales valles por su sector más alto. Según el primero de los autores, el relieve preglaciar que acogió la acumulación de nieves, se componía de dos unidades básicas diferenciadas en cuanto a su altitud: penillanura alta (1.700-2.000 m) y penillanura fundamental de Castilla (960-1.100 m).
Investigadores como Rodríguez et al. (2014), afirman que el sistema de glaciares sanabreses del macizo de Trevinca, llegó a alcanzar valores de espesor de hielo que oscilaron entre los 200 m en el altiplano de la Sierra Segundera, y los 450 m en los valles glaciarizados. Las principales evidencias del espesor del hielo se pueden observar en elementos diagnósticos como las morrenas laterales del valle del Tera en el entorno del lago, y al Nordeste de Ribadelago (Figura 1.3.). Lo que sí que se sabe es que, el mayor espesor de hielo se alcanza en el entorno que se corresponde con la confluencia de lo que fueron los paleoglaciares que discurrían por los valles del Tera y el Segundera, sugiriendo Stickel (1929), un espesor de 500 m evidenciado por la altitud a la que se encuentran las morrenas laterales, que explica la sobreexcavación de la gran cubeta que acoge al lago; dicho espesor se reduciría rápidamente hacia el sector terminal del glaciar, donde llegaba a alcanzar como máximo los 150 m.
Mapa geomorfológico glaciar del valle del río Tera. Tomado directamente de Cowton et al. (2011).
En los bordes de las dos principales alineaciones montañosas se da una topografía muy suavizada, más extendida sobre todo en el extremo meridional de la Sierra de Segundera; este rasgo en la topografía se debe a la acción morfogenética del hielo, que cubrió estas áreas, fluyendo al valle principal del Tera. También son características de este sector (márgenes de la meseta de la Sierra de Segundera) las hombreras glaciares, que marcan la transición entre las tierras altas aplanadas (meseta) y los valles glaciares (Rodríguez et al., 2011; Stickel, 1929), apareciendo a altitudes que oscilan entre los 960 y 1.940 m, estando las más deprimidas en el sector terminal del Cañón del Tera y los valles de Cárdena y Segundera, mientras que, las más elevadas se encuentran en el tercio septentrional, en el entorno de la Laguna de Lacillo y el circo de Moncalvo. Las áreas más elevadas de la plataforma serrana, se caracterizan por una gran presencia lagunas de variados tamaños y distintos procesos morfogenéticos siempre dentro de los propios del dominio morfoclimático glaciar, entre las que se pueden mencionar las de Lacillo, Yegua, Cubillas, Peces, Payón, Cuadro, etc. Estas lagunas se encuentran encajadas en la meseta, cerca de los bordes orientales; se trata de un conjunto de lagunas rocosas, en un área de relieves que forman jorobas redondeadas, donde las hoyas de las lagunas son artesas excavadas por un glaciar de meseta (Stickel, 1929).
Cowton et al. (2009), sugieren que la cabecera del valle del Tera adquiere la forma de un conjunto de circos con altitudes en torno a 1.700-1.900 m. Éstos drenan en un valle con perfil en “U”, una artesa plana (Stickel, 1929), que no sólo es exclusivo del río Tera, sino que los valles de los ríos Cárdena y Segundera presentan características similares, como afirman Rodríguez et al. (2011); esta topografía de artesa queda delimitada por las partes más elevadas por rupturas de pendiente que forman hombreras glaciares, localizadas a altitudes que oscilan entre los 960 y los 1.100 m (Llopis, N., 1957) –en este tramo–. En este sector, la topografía presenta un aspecto redondeado donde pueden encontrarse peñas, siendo las principales referencias topográficas Peña Trevinca y Peña Negra. El principal rasgo de estos picos es su apariencia aguda y afilada, asemejada a pirámides, motivo por el cual pueden considerarse como nunataks en el período de Máxima Extensión de Hielo, donde existía un field; o horns en la fase de glaciación de valle, lo cual afirman estos autores basándose en la altitud que presentan estos picos, que supera los 2.100 m, así como en que esta forma afilada comienza a observarse a partir de los 2.050 m, indicando que la superficie de estos picos a partir de dicha altitud no estuvo glaciarizada. Es en estos circos donde comenzaba a acumularse el hielo, que a continuación fluía valle abajo hacia el SE y después al SW, aprovechando una línea de falla supuesta en el mapa geológico.
Estos mismos autores, también sugieren que, a unas altitudes menores con respecto a los circos, pero, en su entorno, se han encontrado crestas sedimentarias morrénicas, variando éstas en cuanto a su número de unos circos a otros: 4 en Peña Negra, 2 en Peña Trevinca, y 1 en los circos de Moncalvo y Ríopedro. Por su parte, en el Embalse de Vega de Conde, un complejo de morrenas que marcaba el final de un gran valle glaciar anterior a una fase de glaciación de circo (Cowton et al., 2009). Por otro lado, Rodríguez et al. (2011, 2014) afirman que en altitudes de 1.700-1.900 m, las morrenas cierran la “boca” de los circos, y en este sentido, establecen una diferenciación no sólo en el número de morrenas, sino en las altitudes en que éstas se encuentran, distinguiéndose por un lado los complejos morrénicos por debajo de los 1.600 m que marcan las áreas terminales de los valles glaciares; y las morrenas de circo en altitudes que superan los 1.700 m.
Descendiendo en el valle del río Tera se observa una importante variación en la topografía, que se hace más abrupta, coincidiendo con un escalón o alto reborde transversal (Stickel, 1929), haciéndose el valle angosto y con una gran presencia de peñas, encajándose el río en la artesa glaciar, descendiendo un desnivel de 500 m en 6 km (Cowton et al., 2009). En este sector, destaca la presencia de un roquedo moldeado por el hielo (rocas aborregadas o roches mountonées, dorsos de ballena), así como aquellas formas derivadas de la acción de las aguas subglaciales de fusión (nyes). Un importante rasgo de este sector del valle, que deja atrás la amplia artesa de fondo plano, es una clara diferenciación de escalones en el perfil longitudinal del valle, que permiten identificar claramente áreas o sectores de sobre-excavación, donde es frecuente encontrar pequeñas pozas, entre las que se pueden destacar la Cueva de San Martín o la Poza de las Ninfas.
Por otro lado, se han encontrado en los valles que confluyen por la margen derecha morrenas originadas por glaciares que drenan el altiplano de la Sierra de Segundera. En cambio, en la margen izquierda, las crestas sedimentarias quedan sustituidas por tors que indican que esa área no fue glaciada durante la fase más extensa de la glaciación (Cowton et al., 2009). En las proximidades de la localidad de Ribadelago, confluyen con el valle del Tera, los de Cárdena-Segundera, como dos profundas gargantas, con una longitud de 4 km y una anchura de 2,2 km, partiendo desde la plataforma de la Sierra Segundera hasta el pueblo de
Ribadelago, en una dirección W-E, y convergiendo en este punto (Rodríguez et al., 2011). El roquedo aborregado así como el clásico perfil transversal en “U”, delatan la presencia de la huella glaciar cuaternaria, acogiendo ambos valles una única lengua que llegaba a cubrir el interfluvio localizado entre ambos. Es en el entorno de la confluencia de estos valles con el del Tera, donde el hielo alcanzó una mayor potencia en cuanto a espesor y potencial erosivo, algo que delata la altitud de las morrenas laterales –sugiriendo un espesor cercano a los 500 m–, así como la profunda cubeta que excavó y que hoy alberga el Lago, respectivamente.
Al Este de Ribadelago Viejo, en los terrenos que limitan el Lago por el Oeste, lo que se puede observar es una planicie conformada por materiales fluvioglaciares, que actualmente se encuentra ocupada por pastos con vocación ganadera. A estos materiales fluvioglaciares, se suman en el extremo septentrional los materiales aluviales depositados por el pequeño Arroyo de Valdesirgas, el principal de los arroyos que alimentan el lago.
En el entorno del Lago de Sanabria, se pueden diferenciar las largas morrenas laterales (6 km) (Rodríguez et al., 2011) que marcan el límite del glaciar en la Máxima Extensión del Hielo (MEH), así como un complejo de casi una decena de morrenas frontales que llegan a alejarse del Lago un par de kilómetros, y que se agrupan en cuatro grandes arcos completos de morrenas terminales (Stickel, 1929). Estos arcos presentan diferentes altitudes máximas, de tal modo que el más bajo es el que cierra el Lago –limitado por una llanura fluvioglaciar interior–, y que en su extremo meridional permite la salida de las aguas del mismo, prosiguiendo su curso el río Tera. El segundo de los arcos, hacia el exterior, presenta una altitud mayor, conectando las dos morrenas laterales principales, quedando el tercero a 300 m, siendo el arco más alto, y cortado por las aguas del Tera. Prosiguiendo curso abajo con respecto a los arcos morrénicos más alejados del Lago, queda un conjunto de pequeñas colinas que no son más que retazos de arcos morrénicos. Los últimos y más alejados arcos llegan a las proximidades de Galende, siendo de nuevo, atravesados por el principal colector fluvial.
Otras formas destacables en el entorno del Lago, serían, por un lado, las terrazas de kame, localizadas principalmente al Norte del Lago y limitadas por el sur por la morrena lateral; así como las extensiones de arenas y arcillas del SE de las morrenas frontales, correspondiéndose dichos materiales con la sedimentación de las aguas de fusión, y depósitos de llanuras de inundación y de terrazas. También se debe mencionar la existencia, de formas derivadas de la dinámica de ladera, tales como los taludes de ladera en torno a los circos glaciares; o los deslizamientos, en contacto con las morrenas laterales próximas al Lago.
Dejando a un lado las formas derivadas de los procesos morfogenéticos de naturaleza estrictamente glaciar, éstas van perdiendo importancia, a medida que se avanza curso abajo, de tal modo que, va adquiriendo presencia la componente fluvial, apareciendo terrazas fluvioglaciares delante de los últimos y más alejados restos morrénicos, en la confluencia del río Tera con el arroyo que desciende de las lagunas localizadas al Sur del Lago (+10 m), así terrazas de aluvión en la confluencia con el río Trefacio (+10-15 m), siendo coetáneas. Valle abajo, el entramado de terrazas adquiere una mayor complejidad, de tal modo que en El Puente, sobre dicha terraza se encuentra otra de +45 m, añadiéndose en Puebla de Sanabria una intermedia de +20 m (Stickel, 1929).
Texto extraído de Aplicaciones de los Sistemas de Información Geográfica a la reconstrucción de paleoglaciares. El caso del aparato glaciar Tera-Cárdena-Segundera (Sierra Segundera, Sanabria)
José María Fernández Fernández
Investigadores como Rodríguez et al. (2014), afirman que el sistema de glaciares sanabreses del macizo de Trevinca, llegó a alcanzar valores de espesor de hielo que oscilaron entre los 200 m en el altiplano de la Sierra Segundera, y los 450 m en los valles glaciarizados. Las principales evidencias del espesor del hielo se pueden observar en elementos diagnósticos como las morrenas laterales del valle del Tera en el entorno del lago, y al Nordeste de Ribadelago (Figura 1.3.). Lo que sí que se sabe es que, el mayor espesor de hielo se alcanza en el entorno que se corresponde con la confluencia de lo que fueron los paleoglaciares que discurrían por los valles del Tera y el Segundera, sugiriendo Stickel (1929), un espesor de 500 m evidenciado por la altitud a la que se encuentran las morrenas laterales, que explica la sobreexcavación de la gran cubeta que acoge al lago; dicho espesor se reduciría rápidamente hacia el sector terminal del glaciar, donde llegaba a alcanzar como máximo los 150 m.
Mapa geomorfológico glaciar del valle del río Tera. Tomado directamente de Cowton et al. (2011).
En los bordes de las dos principales alineaciones montañosas se da una topografía muy suavizada, más extendida sobre todo en el extremo meridional de la Sierra de Segundera; este rasgo en la topografía se debe a la acción morfogenética del hielo, que cubrió estas áreas, fluyendo al valle principal del Tera. También son características de este sector (márgenes de la meseta de la Sierra de Segundera) las hombreras glaciares, que marcan la transición entre las tierras altas aplanadas (meseta) y los valles glaciares (Rodríguez et al., 2011; Stickel, 1929), apareciendo a altitudes que oscilan entre los 960 y 1.940 m, estando las más deprimidas en el sector terminal del Cañón del Tera y los valles de Cárdena y Segundera, mientras que, las más elevadas se encuentran en el tercio septentrional, en el entorno de la Laguna de Lacillo y el circo de Moncalvo. Las áreas más elevadas de la plataforma serrana, se caracterizan por una gran presencia lagunas de variados tamaños y distintos procesos morfogenéticos siempre dentro de los propios del dominio morfoclimático glaciar, entre las que se pueden mencionar las de Lacillo, Yegua, Cubillas, Peces, Payón, Cuadro, etc. Estas lagunas se encuentran encajadas en la meseta, cerca de los bordes orientales; se trata de un conjunto de lagunas rocosas, en un área de relieves que forman jorobas redondeadas, donde las hoyas de las lagunas son artesas excavadas por un glaciar de meseta (Stickel, 1929).
Cowton et al. (2009), sugieren que la cabecera del valle del Tera adquiere la forma de un conjunto de circos con altitudes en torno a 1.700-1.900 m. Éstos drenan en un valle con perfil en “U”, una artesa plana (Stickel, 1929), que no sólo es exclusivo del río Tera, sino que los valles de los ríos Cárdena y Segundera presentan características similares, como afirman Rodríguez et al. (2011); esta topografía de artesa queda delimitada por las partes más elevadas por rupturas de pendiente que forman hombreras glaciares, localizadas a altitudes que oscilan entre los 960 y los 1.100 m (Llopis, N., 1957) –en este tramo–. En este sector, la topografía presenta un aspecto redondeado donde pueden encontrarse peñas, siendo las principales referencias topográficas Peña Trevinca y Peña Negra. El principal rasgo de estos picos es su apariencia aguda y afilada, asemejada a pirámides, motivo por el cual pueden considerarse como nunataks en el período de Máxima Extensión de Hielo, donde existía un field; o horns en la fase de glaciación de valle, lo cual afirman estos autores basándose en la altitud que presentan estos picos, que supera los 2.100 m, así como en que esta forma afilada comienza a observarse a partir de los 2.050 m, indicando que la superficie de estos picos a partir de dicha altitud no estuvo glaciarizada. Es en estos circos donde comenzaba a acumularse el hielo, que a continuación fluía valle abajo hacia el SE y después al SW, aprovechando una línea de falla supuesta en el mapa geológico.
Cañón aborregado de Cárdena
Estos mismos autores, también sugieren que, a unas altitudes menores con respecto a los circos, pero, en su entorno, se han encontrado crestas sedimentarias morrénicas, variando éstas en cuanto a su número de unos circos a otros: 4 en Peña Negra, 2 en Peña Trevinca, y 1 en los circos de Moncalvo y Ríopedro. Por su parte, en el Embalse de Vega de Conde, un complejo de morrenas que marcaba el final de un gran valle glaciar anterior a una fase de glaciación de circo (Cowton et al., 2009). Por otro lado, Rodríguez et al. (2011, 2014) afirman que en altitudes de 1.700-1.900 m, las morrenas cierran la “boca” de los circos, y en este sentido, establecen una diferenciación no sólo en el número de morrenas, sino en las altitudes en que éstas se encuentran, distinguiéndose por un lado los complejos morrénicos por debajo de los 1.600 m que marcan las áreas terminales de los valles glaciares; y las morrenas de circo en altitudes que superan los 1.700 m.
Descendiendo en el valle del río Tera se observa una importante variación en la topografía, que se hace más abrupta, coincidiendo con un escalón o alto reborde transversal (Stickel, 1929), haciéndose el valle angosto y con una gran presencia de peñas, encajándose el río en la artesa glaciar, descendiendo un desnivel de 500 m en 6 km (Cowton et al., 2009). En este sector, destaca la presencia de un roquedo moldeado por el hielo (rocas aborregadas o roches mountonées, dorsos de ballena), así como aquellas formas derivadas de la acción de las aguas subglaciales de fusión (nyes). Un importante rasgo de este sector del valle, que deja atrás la amplia artesa de fondo plano, es una clara diferenciación de escalones en el perfil longitudinal del valle, que permiten identificar claramente áreas o sectores de sobre-excavación, donde es frecuente encontrar pequeñas pozas, entre las que se pueden destacar la Cueva de San Martín o la Poza de las Ninfas.
Por otro lado, se han encontrado en los valles que confluyen por la margen derecha morrenas originadas por glaciares que drenan el altiplano de la Sierra de Segundera. En cambio, en la margen izquierda, las crestas sedimentarias quedan sustituidas por tors que indican que esa área no fue glaciada durante la fase más extensa de la glaciación (Cowton et al., 2009). En las proximidades de la localidad de Ribadelago, confluyen con el valle del Tera, los de Cárdena-Segundera, como dos profundas gargantas, con una longitud de 4 km y una anchura de 2,2 km, partiendo desde la plataforma de la Sierra Segundera hasta el pueblo de
Ribadelago, en una dirección W-E, y convergiendo en este punto (Rodríguez et al., 2011). El roquedo aborregado así como el clásico perfil transversal en “U”, delatan la presencia de la huella glaciar cuaternaria, acogiendo ambos valles una única lengua que llegaba a cubrir el interfluvio localizado entre ambos. Es en el entorno de la confluencia de estos valles con el del Tera, donde el hielo alcanzó una mayor potencia en cuanto a espesor y potencial erosivo, algo que delata la altitud de las morrenas laterales –sugiriendo un espesor cercano a los 500 m–, así como la profunda cubeta que excavó y que hoy alberga el Lago, respectivamente.
Carácter escalonado y aborregado del cañón del Tera.
Al Este de Ribadelago Viejo, en los terrenos que limitan el Lago por el Oeste, lo que se puede observar es una planicie conformada por materiales fluvioglaciares, que actualmente se encuentra ocupada por pastos con vocación ganadera. A estos materiales fluvioglaciares, se suman en el extremo septentrional los materiales aluviales depositados por el pequeño Arroyo de Valdesirgas, el principal de los arroyos que alimentan el lago.
En el entorno del Lago de Sanabria, se pueden diferenciar las largas morrenas laterales (6 km) (Rodríguez et al., 2011) que marcan el límite del glaciar en la Máxima Extensión del Hielo (MEH), así como un complejo de casi una decena de morrenas frontales que llegan a alejarse del Lago un par de kilómetros, y que se agrupan en cuatro grandes arcos completos de morrenas terminales (Stickel, 1929). Estos arcos presentan diferentes altitudes máximas, de tal modo que el más bajo es el que cierra el Lago –limitado por una llanura fluvioglaciar interior–, y que en su extremo meridional permite la salida de las aguas del mismo, prosiguiendo su curso el río Tera. El segundo de los arcos, hacia el exterior, presenta una altitud mayor, conectando las dos morrenas laterales principales, quedando el tercero a 300 m, siendo el arco más alto, y cortado por las aguas del Tera. Prosiguiendo curso abajo con respecto a los arcos morrénicos más alejados del Lago, queda un conjunto de pequeñas colinas que no son más que retazos de arcos morrénicos. Los últimos y más alejados arcos llegan a las proximidades de Galende, siendo de nuevo, atravesados por el principal colector fluvial.
Cañón del Tera y Horns de Trevinca, Peña Negra y Xurbia al fondo
Otras formas destacables en el entorno del Lago, serían, por un lado, las terrazas de kame, localizadas principalmente al Norte del Lago y limitadas por el sur por la morrena lateral; así como las extensiones de arenas y arcillas del SE de las morrenas frontales, correspondiéndose dichos materiales con la sedimentación de las aguas de fusión, y depósitos de llanuras de inundación y de terrazas. También se debe mencionar la existencia, de formas derivadas de la dinámica de ladera, tales como los taludes de ladera en torno a los circos glaciares; o los deslizamientos, en contacto con las morrenas laterales próximas al Lago.
Valle con forma de U del Segundeira
Dejando a un lado las formas derivadas de los procesos morfogenéticos de naturaleza estrictamente glaciar, éstas van perdiendo importancia, a medida que se avanza curso abajo, de tal modo que, va adquiriendo presencia la componente fluvial, apareciendo terrazas fluvioglaciares delante de los últimos y más alejados restos morrénicos, en la confluencia del río Tera con el arroyo que desciende de las lagunas localizadas al Sur del Lago (+10 m), así terrazas de aluvión en la confluencia con el río Trefacio (+10-15 m), siendo coetáneas. Valle abajo, el entramado de terrazas adquiere una mayor complejidad, de tal modo que en El Puente, sobre dicha terraza se encuentra otra de +45 m, añadiéndose en Puebla de Sanabria una intermedia de +20 m (Stickel, 1929).
Texto extraído de Aplicaciones de los Sistemas de Información Geográfica a la reconstrucción de paleoglaciares. El caso del aparato glaciar Tera-Cárdena-Segundera (Sierra Segundera, Sanabria)
José María Fernández Fernández
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