El no lugar se ha convertido en el terreno más transitado del arte contemporáneo. Desde que Marc Augé teorizara a principios de los noventa sobre los Espacios del anonimato de la ciudad, lo urbano es uno de los temas más recurrentes del arte reciente.
Para Augé los no lugares —aeropuertos, hipermercados en extrarradios, outlets gigantescos… y ahora el geógrafo Daniel Boyano Sotillo añade determinadas zonas rurales musealizadas—, las relaciones interpersonales, cruciales para nuestra identidad individual y colectiva, son nulas.
Estamos en el mundo con referencias que son totalmente artificiales en muchos pueblos, incluso en nuestra casa, el espacio más personal posible: sentados ante la tele, mirando a la vez el móvil, la tableta, con los auriculares… Estamos en un no lugar permanente; esos aparatos nos están colocando permanentemente en un no lugar. Llevamos el no lugar encima, con nosotros.
Muchos pueblos se están convirtiendo en No lugares o teatros donde no hay vida local y donde siempre se desarrolla la misma función: la "turistización" donde la despoblación de barrios turísticos rurales es patente conviertiéndose viviendas en alojamientos de turismo rural, las relaciones vecinales han desaparecido e incluso aparecen nuevos conflictos entre turistas y los escasos vecinos que quedan, sustitución de plazas públicas donde conversar por terrazas privadas, cambio de conversaciones de vecinos por ruido de bares, conversión de sus zonas monumentales en parques temáticos, expulsión de gran parte de los vecinos por el escandaloso aumento de los alquileres para la conversión de pisos y edificios enteros en apartamentos turísticos, rompimiento del tejido social, cierre de pequeños comercios al faltarles sus clientes, aparición de tiendas y bares franquicias que son enclaves foráneos sin apenas conexión con la tradición local, tiendas de recuerdos donde antes había una panedería, frutería, ferretería, zapatería....
Hay que recordar que el turismo rural es una actividad (que no industria) muy vulnerable y frágil, sujeta a muchos condicionamientos no controlables -por lo que es suicida convertirlo en eje de una economía-, sus beneficios se van en gran parte fuera y la gran mayoría de los empleos que genera ni son cualificados, ni son permanentes, ni están bien remunerados sino todo lo contrario. Y crea una cultura de la subalternidad que nos enajena de los mejores valores de nuestra cultura. Porque supone vivir en función de otros y no de nosotros.
Un futuro esperanzador para las jóvenes y futuras generaciones y la defensa de nuestro patrimonio, material e inmaterial, es incompatible con la turistización y los No lugares rurales. Por eso, cada vez más gente se posiciona contra esta; lo que no equivale -como dicen algunos- a turismofobia. No se trata de oponerse al turismo como una fuente económica más, incluso importante, pero siempre que sea eso: una fuente entre otras y no un casi monocultivo económico al que todo lo demás deba subordinarse y que arrase con nuestras formas de vida y nuestros valores culturales.
Para Augé los no lugares —aeropuertos, hipermercados en extrarradios, outlets gigantescos… y ahora el geógrafo Daniel Boyano Sotillo añade determinadas zonas rurales musealizadas—, las relaciones interpersonales, cruciales para nuestra identidad individual y colectiva, son nulas.
Estamos en el mundo con referencias que son totalmente artificiales en muchos pueblos, incluso en nuestra casa, el espacio más personal posible: sentados ante la tele, mirando a la vez el móvil, la tableta, con los auriculares… Estamos en un no lugar permanente; esos aparatos nos están colocando permanentemente en un no lugar. Llevamos el no lugar encima, con nosotros.
Muchos pueblos se están convirtiendo en No lugares o teatros donde no hay vida local y donde siempre se desarrolla la misma función: la "turistización" donde la despoblación de barrios turísticos rurales es patente conviertiéndose viviendas en alojamientos de turismo rural, las relaciones vecinales han desaparecido e incluso aparecen nuevos conflictos entre turistas y los escasos vecinos que quedan, sustitución de plazas públicas donde conversar por terrazas privadas, cambio de conversaciones de vecinos por ruido de bares, conversión de sus zonas monumentales en parques temáticos, expulsión de gran parte de los vecinos por el escandaloso aumento de los alquileres para la conversión de pisos y edificios enteros en apartamentos turísticos, rompimiento del tejido social, cierre de pequeños comercios al faltarles sus clientes, aparición de tiendas y bares franquicias que son enclaves foráneos sin apenas conexión con la tradición local, tiendas de recuerdos donde antes había una panedería, frutería, ferretería, zapatería....
Hay que recordar que el turismo rural es una actividad (que no industria) muy vulnerable y frágil, sujeta a muchos condicionamientos no controlables -por lo que es suicida convertirlo en eje de una economía-, sus beneficios se van en gran parte fuera y la gran mayoría de los empleos que genera ni son cualificados, ni son permanentes, ni están bien remunerados sino todo lo contrario. Y crea una cultura de la subalternidad que nos enajena de los mejores valores de nuestra cultura. Porque supone vivir en función de otros y no de nosotros.
Un futuro esperanzador para las jóvenes y futuras generaciones y la defensa de nuestro patrimonio, material e inmaterial, es incompatible con la turistización y los No lugares rurales. Por eso, cada vez más gente se posiciona contra esta; lo que no equivale -como dicen algunos- a turismofobia. No se trata de oponerse al turismo como una fuente económica más, incluso importante, pero siempre que sea eso: una fuente entre otras y no un casi monocultivo económico al que todo lo demás deba subordinarse y que arrase con nuestras formas de vida y nuestros valores culturales.
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